23.8.09

DEL MUCHACHO BORRACHO

Por la calle del puerto
da un paso, un par de pasos.
Pero no huele a puerto; huele a potros y pastos.

Va con la borrachera
surgiendo de sus tacos,
y le crecen dos botas
como en mitad del campo.

Aunque ahora no lo monta
se duerme en su cabalo.
cierra sobre las crines
sus ojos de muchacho.

Cerca del marinero,
cuando el sol le da el alto,
dos alas le descubre
al caballo en sus flancos.

Y por el cielo azul,
volando y galopando,
se va mientras vomita
la ciudad hasta el campo.


ELEGIA ARGENTINA
Para mi madre

Los caballos se bañan en el río
y yo me baño en el río con los caballos.
sus crines y sus colas
son de agua sobre el agua,
como fuentes que fluyen
desde la arena al aire.
y yo me baño en el río
pero bebo las crines
y las colas de los caballos.


El agua rueda desde Dios
y se desliza por sus ancas
y se bifurca en mis caderas.
Más que el río y la lluvia,
sus crines me humedecen
el pelo.
Es una tarde de verano,
de un día que no existe,
y en un país que no se tiende,
ya,
a la sombra de sus caballadas.

Esta tarde, Dios habla
en los saltos del río
para nombrarme caballos
que todavía yo recuerdo.
Caballos que la lluvia volvió de lluvia
y que se fueron tormentosos,
hasta que el sol los evaporó.
Y recuerdo el caballo
que murió con un ojo estallado por su dueño,
cuando mi madre era muchacha
y los carreros la saludaban
con el mismo silencio
que las dos torres de nuestra casa.

Y recuerdo otros caballos
que galopé en el sur
y que montaba en pelo
por una laguna de sal,
contra el viento que olía a mar, hasta que la lluvia
lolavaba en la arena.
Y recuerdo caballos que fueron de mi tatarabuelo
y que eran iguales a los míos,
iguales a todas las caballerías
tormentosas por estas tierras.

Son los mismos caballos
que se bañan en el río
y que Dios llama por sus pelajes
con palabras que suenan
como los nombres de los ángeles.
Porque el pelaje de los caballos
tienen nombres angelicales
y la palabra azulejo
traspasa todos los cielos.

Dios les habla y me habla
con las mismas palabras
cuando el ruido del agua
es el silencio de todos los campos.
Los nombra y me nombra
en un país que no se tiende,
ya,
a la sombra de sus caballadas.
Y es una tarde de verano,
de un día que no existe
o que existió sólo en la pampa.
Pero montado en los caballos
siento mi cuerpo contra el río,
nado entre crines y galopo a Dios
y mis ojos se hunden
profundizados en su pecho.

Dios juega con los caballos
en sus manos,
palmotea y sonríe a los más humildes,
a los más castigados;
al que conoció mi madre cuando era muchacha,
muerto con un ojo menos
y que bajaba hasta el río sin descubrir la razón de sus heridas,
y a todos los que rodaron
cuando los hombres afirmaban
que el cielo era para los hombres,
que las tierras eran para los hombres
y que las tardes no eran como yeguas
tendidas entre ángeles.

Yo entonces no conocía
el cielo de los caballos,
pero rezaba por ellos todas las noches,
y era un niño que rezaba por los caballos de Dios,
y era un niño al que Dios
perdonaba sus insolencias
porque rezaba por los caballos
y lloraba poe ellos
y les prometía un dios omnipotente,
que los convertiría en ángeles
aunque los hombres se negaran.

Un Dios con el que soñaba mi madre
cuando era muchacha
y ya me descubría
descalzo por la arena.
Cuando los carreros eran silenciosos
como las torres de nuestra casa
y los jazmines eran argentinos
porque eran nuestros,
dando la vuelta al patio
hasta la noche,
en que la patria era en el cielo.


EL ÁRBOL

No hice un río en la tierra
ni he sudado
al sol lo necesario.
No he cavado, no he roturado, no he plantado
un sólo árbol.

No lo he visto crecer desde mi pala,
no lo he visto nacer como hembra joven
llenando de ojos verdes
y húmedos
todo el viento.

No lo puedo mirar
como costilla mía,
mi puño en el hondón
que me deja en el pecho.

No puedo pedir sombra para mí, todavía.


PRENDO LA RADIO DEL COCHE

Prendo la radio del coche,
cierro las puertas y ventanas
y me alejo.

Que los ruidos
se gasten solos
mientras camino entre los árboles.

A veces siento
que alguien nos encerró
con llave
en este mundo.
Lo mismo que hice yo,
pero a lo grande.



Héctor Viel Temperley.

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tarkovsky
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