18.5.07

“Los extraordinarios encuentros de la
calle. Las cosas que se ven. Las pala-
bras que se escuchan. Las tragedias
que se llegan a conocer. Y de pronto,
la calle, la calle lisa y que parecía desti-
nada a ser una arteria de tráfico con
veredas para los hombres y calzada pa-
ra las bestias y los carros, se convierte
en un escaparate, mejor dicho, en un
escenario grotesco y espantoso donde,
como en los cratones de Goya, los en-
demoniados, los ahorcado, los em-
brujados, los enloquecidos, danzan su
zarabanda infernal.” (“El placer de va-
gabundear” El mundo, 20 de septiem-
bre de 1928.)

PASAJE GÜEMES
Hacía la mar de tiempo que no ponía los pies en el Pasaje Güemes. No sé si de aburrido o por faltarme plata. El caso es que me había olvidado que sobre esta santísima ciudad se elevaba un edificio-colmena, especie de Puerta del Sol de Madrid, donde se cita una infinidad de gente para mirar pasar a sus semejantes o “semejantas”. Porque esa es la impresión que me ha producido hoy al supradicho pasaje. Y de pronto, como un provinciano que con cierto temor se mete en un bar palpándose los bolsillos y mirando la tarifa de los bebestibles que allí se mercan, yo he entrado al pasaje “mercantilero”.

El pasaje
Ante todo, no me explico por qué al pasaje le han puesto el nombre de un guerrero unitario. Más bien le quedara un nombre que sonara a pacifismo y plata. Por ejemplo, podría llamarse Pasaje Apostolatos, como la casa blanca que en Lewis et Irene pone Paul Morand para demostrar el espléndido y sórdido poderío de la fuerza mediterránea.
Yo concibo mejor al Pasaje Güemes llamándose Pasaje Apostolatos. Estaría más a tono con el rastacuerismo de sus vitrinas. Con el terror de la luz eléctrica que desde la mañana hasta la noche inunda para in eternum sus criptas, cajas fuertes y quioscos de vidrio. Con el zumbido de sus ascensores, subiendo, mejor dicho deslizándose perpendicularmente. Y con ese maremágnum de gente bien vestida y misteriosa que de la mañana a la noche se pasea por allí, y que no se sabe si son gentiles rateros, pesquisas empresarios de teatro o qué sé yo.
Se respira ahí una atmósfera neoyorquina; es Babel de Yanquilandia transplantada a la tierra criolla e imponiendo el prestigio de sus bares automáticos, de sus zapatos amarillos, de las victrolas ortofónicas, de los letreros de siete colores y de las “girls” dirigiéndose a los teatros con números de variedades que se ocupan los sótanos y las alturas.
Sí, ese pasaje debía llamarse el Pasaje Apostolatos. Yo estoy seguro de que si los propietarios recogen mis indicaciones, el espíritu del general Güemes se va a regocijar. Él era demasiado hombre de bien para patrocinar semejantes belenes y babeles.

Las vitrinas
Las vitrinas del Pasaje Güemes o Apostolatos parecen haber sido arregladas por “vidrieristas” que quisieran llamar la atención de los pobres y de los ricos.
Se exhiben cigarreras que cuestan doscientos cincuenta pesos. Los letreros lo dicen: doscientos cincuenta pesos. Yo me quedo perplejo. Sé que si a un señor rico se le ocurriera mandar a fabricarse una cigarrera de platino, con tal de que la pague se la fabricarían de inmediato; pero estoy seguro de que Henry Ford, con sus dos mil quinientos millones de pesos moneda nacional, no tiene una cigarrera que cueste doscientos cincuenta pesos. ¿Por qué? Pues porque Henry Ford diría que el que para el que fuma, los cigarrillos están tan bien colocados en una cigarrera que cuesta dos pesos como en la que cuesta cincuenta dólares. Yo no compraría una cigarrera de doscientos cincuenta pesos, pero gastaría esos doscientos cincuenta pesos en cigarrillos. Una vez en posesión de tantos cigarrillos, compraría la cigarrera. ¡Qué placer abrirla y desplegar, ante los ojos atónitos de los amigos, cigarrillos de veinte centavos en cigarrera de doscientos cincuenta pesos!

Las muchachas de los quiscos
Vestidos reglamentados, melenas de corte reglamentado, tacos de altura reglamentada. Feas y lindas. Caritas pálidas todas. Amabilidad de “qué se le va a hacer”. Comparten casi todas el quiosco con un mozo dependiente. Perfumes, flores, café, bombones, venden de todo. Hay algunas que lo tientan a uno a comprarse el quisco completo. Otras que parecen decirle:
-Nos aburrimos, señor. Por favor venga a comprarnos algo.
Cuando las muchachas no venden, conversan con los dependientes. Ignoro si se hacen o no el amor; pero no creo que se diviertan mucho. Todo lo que esa gente tenga que decir lo puede expresar en una hora y tres minutos.
Luego el cráneo les queda a disponibilidad.

Miradas oblicuas
Lo interesante en el Pasaje Güemes o Apostolatos, es el amor a distancia. Me he fijado bien. Una mocita miraba para lo alto, oblicuamente. Yo he levanté la cabeza y comencé por no ver más que una bóveda que sé es de cemento armado. Me quedé pensando si la mocita no se dedicaba a hacer un cálculo de resistencia de los materiales de construcción cuando, acostumbrada la mirada a la oscura altura, distinguí, a los costados de la bóveda, unos ventanales como por el tragaluz de un barco, asomaban su cabeza vanos empleados que se dedicaban a la discreta labor de mirar a las consiguientes mocitas. Lo cual explicaba la posición extraña de éstas contemplando la altura. El resto es de un aburrimiento cosmopolita “hache”. Sombreros, botines amarillos, bares automáticos donde, encorvados, devoran su pitanza unos jovenzuelos apurados; corbatas y escritorios que cuestan una fortuna; lapiceras de oro macizo, con las cuáles sólo se pueden escribir tonterías, firmar cheques sin cruzar. Y la gente, que se mira a la cara como diciéndose:
-¿Y somos más felices con esto?

"Aguafuertes porteñas,
Buenos Aires, vida cotidiana"
Roberto Arlt

5.5.07

The place of your dreams might be across the river.


WISDOM FOLLY
-An unusual building
that was built in former times
as a decoration,
not to be used
or lived in-