29.8.09

"EL PRIMER PARAÍSO, ODETTA..."


El Primer Paraíso, Odetta, era el del padre.

Había una alianza de los entidos en el hijo

-varón o mujer-

debido a la adorción de algo único.

Y el mundo, en torno, 

sólo tenía un diseño, el del desierto.


En aquella luz oscura y sin fin,

en el círculo del desierto semejante a un poderoso regazo,

el niño gozaba del Paraíso.

Recuérdalo; había sólo un Padre (no había madre).

Su protección

tenía una sonrisa adulta, pero joven

y levemente irónica, como siempre tiene quien protege

al débil, al tierno -varón o mujercita.


Has estado en este Primer Paraíso

hasta hoy: y como eres mujer

nunca perderías su recuerdo ni dejarás de venerarlo.

Serás adorada, por naturaleza... Pero antes

de volver a ti, para advertirte contra los peligros

de la religión, quiero contarte la historia

de tu hermano, que tiene el mismo sexo que Dios.

También él, en tiempos en que era verdaderamente niño

(más niño aún que cuando estaba en el vientre materno

o cuando sorbió la primera leche del pecho),

vivió en ese Primer Paraíso del Padre.


El odio surgió de improviso, sin razón.

El regazo que era como un sol cubierto de nubes

dulces y fuertes, el regazo de aquel Hombre

inmenso y único en el desierto,

se convirtió en un oscuro fondo de pantalones, 

se envileció, perdió la inocencia

en el recelo de no ser más que humano.

Había llegado el día

en que el puro horizonte del desierto

se pierde en un silencio y en un color menos perfecto,

y se empiezan a ver las primeras palmeras

y el primer camino aparece, mudo, entre las dunas.


Así el niño atravesó el desierto del Primer Paraíso:

que permaneció atrás, en el tiempo soñado

de una verde región surcada por filas transparentes

de álamos, o en una gran ciudad provinciana.

El niño cayó de cabeza sobre la tierra,

perdió el nombre de Lucifer y adquirió, al mismo tiempo,

el de Abel y el de Caín (esto, al menos, es válido

para algunas tierras rosadas, mediterráneas, y para éstas, verdes,

donde las monjas lo enseñan a una Odetta laica).


Estas tierras, fueron del Segundo Paraíso.

Hubo alli una madre (llamémosla adoptiva) que, en tu caso,

tuvo ticas pieles que olían a precoces primavera.

Qué terrestre, qué dulcemente terrestre,

fue su dulzura de niña pequeño-burguesa

que no desea para sí todas las queridas cosas aprendidas,

sino para ese hijito suyo que pasea,

también él perlado por la frescura de las prímulas...


Corría un río (en tu caso, el Po) en ese Paraiso:

porque la casa donde los padres "adoptivos" viven 

después del matrimonio siempre está en las cercanías de un río.

Y si no de un río, del mar o de una cadena de colinas.

Los frutos crecían por sí solos, con nombres maravillosos:

manzanas, uvas, moras, ciruelas; y las flores, las inútiles flores,

no contaban menos que los frutos; también sus nombres

eran seductores: prímulas, o girasoles, 

o lirios, o mugetes y hasta orquídeas, en las fiestas.

El sol, allá arriba, era por cierto un amigo,

dulcificado por la inocente idea que la madre

comunicaba a su hijo pequeño que llevaba de la mano;

y así como nacía a la mañana, moría al atardecer,

cediendo el puesto a esas estrellas que el hijo, obediente,

apenas debía ver para abandonarlas enseguida a su silencio.


¡Pero esa madre no era inocente, como él creía!

Así, el mismo odio irracional -que había nacido por sí solo,

como un fruto o una flor, en el Primer Paraíso-

nació también en el Segundo. Nuestra existencia

no es más que un insensato identificarse con la de los seres vivos

que algo inmensamente nuestro nos acerca.


Humo, pues, la madre pecadora ante el fruto

cuyo misterio resucitaba los días del Primer Padre,

¡tan anteriores a aaquellos del verde Paraíso lombardo!


Resplandeció nuevamente el sol del desierto

sobre aquella pequeña manzana, deseo de modestas existencias.

El habitual sol de cada día permanecía aparte,

aislado como en un imprevisto invierno; mientras que el otro,

estupendo, ardía: medida con la cual calcular siglos y miserias.

La madre, pues, que no era sino su propio niño,

mordió con maternal inocencia, con filial inconsciencia,

aquel fruto estival. Enseguida el segundo padre, el adoptivo

-que, ante el primero, era como el exanime

sol invernal comparado con el de los Primeros Veranos-

siguió su ejemplo, débil hombre de la tierra,

fácilmente tentado y fácilmente corrompido.


Pero también con él nos habiamos identificado:

porque como nosotros mismos no podíamos existir:

podíamos existir sólo si éramos el padre, la madre.

Pecamos con sus mismas bocas, con sus mismas manos.

Y el Primer Padre nos expulsó también del Segundo Paraíso.

¡Dos son, pues, los Paraisos que hemos perdido!

Tomados de la mano de los padres nos encaminamos por las calles del mundo.

Lucifer se distinguió de Abel y siguió su destino:

acabó en la oscuridad más negra. Abel murió,

matándose con el nombre de Caín.

En suma, no quedó más que un hijo, un solo hijo.


Después de muchos milenios hubo la primera simiente,

y otro milenio después de este acontecimiento

fue designado un Rey patrno de los hombres multiplicados.

¡Ah, cuántas ánforas coloreadas! Debimos ganarnos el pan

y esto empezó a apoderarse de nosotros, y a perdernos

en una falsa idea de nosotros mismos, en el infierno actual.

Por ese camino, pues se encamina tu hermano Pedro.


Mas ¿por qué, al exponerte esta Teoría de los Dos Paraísos,

he hablado de tu hermano Pedro, y no de ti?

Es sencillo: poruqe si no existiera su historia de hijo varón,

tu propia historia no podría compararse con nada

y ni siquiera podríamos empezar a hablar de ella.

No hubo una Lucifera, ni una Abela, ni una Caína:

tú debiste permanecer, pues, en el Primer Paraíso.

O al menos, ése es el que debieras recordar, con el verdadero Padre:

y así es, en efecto. Por eso eres infinitamente más vieja

que tu padre adoptivo, del cual estás enamorada,

que tu madre adoptiva, llamada Lucía,

que tu hermano Pedro, ejemplo de la existencia toda.


Tú, pobre niña, te has identificado con cada uno de ellos:

y no sabes que existes desde antes que ellos nacieran,

única adorada obediente al Primer Padre.

¿Qué debería valer más: tu identificación o tu ser?

Tú no sabes elegir, tierna Odetta, porque estás ciega:

así has elegido, así has vivido. Y te debates

inútilmente, perdida entre un recuerdo demasiado hermoso

y una realidad que te lleva del sueño a la locura.



Pier Paolo Pasolini

Teorema.



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Nuestra existencia

no es más que un insensato identificarse con la de los seres vivos

que algo inmensamente nuestro nos acerca.

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23.8.09

DEL MUCHACHO BORRACHO

Por la calle del puerto
da un paso, un par de pasos.
Pero no huele a puerto; huele a potros y pastos.

Va con la borrachera
surgiendo de sus tacos,
y le crecen dos botas
como en mitad del campo.

Aunque ahora no lo monta
se duerme en su cabalo.
cierra sobre las crines
sus ojos de muchacho.

Cerca del marinero,
cuando el sol le da el alto,
dos alas le descubre
al caballo en sus flancos.

Y por el cielo azul,
volando y galopando,
se va mientras vomita
la ciudad hasta el campo.


ELEGIA ARGENTINA
Para mi madre

Los caballos se bañan en el río
y yo me baño en el río con los caballos.
sus crines y sus colas
son de agua sobre el agua,
como fuentes que fluyen
desde la arena al aire.
y yo me baño en el río
pero bebo las crines
y las colas de los caballos.


El agua rueda desde Dios
y se desliza por sus ancas
y se bifurca en mis caderas.
Más que el río y la lluvia,
sus crines me humedecen
el pelo.
Es una tarde de verano,
de un día que no existe,
y en un país que no se tiende,
ya,
a la sombra de sus caballadas.

Esta tarde, Dios habla
en los saltos del río
para nombrarme caballos
que todavía yo recuerdo.
Caballos que la lluvia volvió de lluvia
y que se fueron tormentosos,
hasta que el sol los evaporó.
Y recuerdo el caballo
que murió con un ojo estallado por su dueño,
cuando mi madre era muchacha
y los carreros la saludaban
con el mismo silencio
que las dos torres de nuestra casa.

Y recuerdo otros caballos
que galopé en el sur
y que montaba en pelo
por una laguna de sal,
contra el viento que olía a mar, hasta que la lluvia
lolavaba en la arena.
Y recuerdo caballos que fueron de mi tatarabuelo
y que eran iguales a los míos,
iguales a todas las caballerías
tormentosas por estas tierras.

Son los mismos caballos
que se bañan en el río
y que Dios llama por sus pelajes
con palabras que suenan
como los nombres de los ángeles.
Porque el pelaje de los caballos
tienen nombres angelicales
y la palabra azulejo
traspasa todos los cielos.

Dios les habla y me habla
con las mismas palabras
cuando el ruido del agua
es el silencio de todos los campos.
Los nombra y me nombra
en un país que no se tiende,
ya,
a la sombra de sus caballadas.
Y es una tarde de verano,
de un día que no existe
o que existió sólo en la pampa.
Pero montado en los caballos
siento mi cuerpo contra el río,
nado entre crines y galopo a Dios
y mis ojos se hunden
profundizados en su pecho.

Dios juega con los caballos
en sus manos,
palmotea y sonríe a los más humildes,
a los más castigados;
al que conoció mi madre cuando era muchacha,
muerto con un ojo menos
y que bajaba hasta el río sin descubrir la razón de sus heridas,
y a todos los que rodaron
cuando los hombres afirmaban
que el cielo era para los hombres,
que las tierras eran para los hombres
y que las tardes no eran como yeguas
tendidas entre ángeles.

Yo entonces no conocía
el cielo de los caballos,
pero rezaba por ellos todas las noches,
y era un niño que rezaba por los caballos de Dios,
y era un niño al que Dios
perdonaba sus insolencias
porque rezaba por los caballos
y lloraba poe ellos
y les prometía un dios omnipotente,
que los convertiría en ángeles
aunque los hombres se negaran.

Un Dios con el que soñaba mi madre
cuando era muchacha
y ya me descubría
descalzo por la arena.
Cuando los carreros eran silenciosos
como las torres de nuestra casa
y los jazmines eran argentinos
porque eran nuestros,
dando la vuelta al patio
hasta la noche,
en que la patria era en el cielo.


EL ÁRBOL

No hice un río en la tierra
ni he sudado
al sol lo necesario.
No he cavado, no he roturado, no he plantado
un sólo árbol.

No lo he visto crecer desde mi pala,
no lo he visto nacer como hembra joven
llenando de ojos verdes
y húmedos
todo el viento.

No lo puedo mirar
como costilla mía,
mi puño en el hondón
que me deja en el pecho.

No puedo pedir sombra para mí, todavía.


PRENDO LA RADIO DEL COCHE

Prendo la radio del coche,
cierro las puertas y ventanas
y me alejo.

Que los ruidos
se gasten solos
mientras camino entre los árboles.

A veces siento
que alguien nos encerró
con llave
en este mundo.
Lo mismo que hice yo,
pero a lo grande.



Héctor Viel Temperley.

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tarkovsky
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19.8.09

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No conozco mejor definición de la palabra arte que ésta: "El arte es el hombre agregado a la naturaleza", la naturaleza, la realidad, la verdad, pero con un significado, con una concepción, con un carácter, que el artista hace resaltar, y a los cuáles da expresión, "que redime", que desenreda, libera, ilumina. Un cuadro de Mauve o de Maris o de Israels dice más y habla más claramente que la misma naturaleza.

Vincent Van Gogh
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16.8.09

CANCIÓN DE LA QUE REGALA EL MUNDO AL NIÑO
LF


Ya despierta el dueño mío
y el dueño del sol también,
y del rocío de las hierbas
que en su sonrisa vuelvo a ver.

Alegría del benteveo,
porque es claro que bien te ve,
y del zorzal, porque algún día
te enseñará a silbar como él.

La rama agacha su columpio
para el pensil del va y ven
y quiere alzarte en su hombro el árbol,
San Cristobalón montés.

El blancor del día se hace ángel
y llega en puntas de pie:
viene a ofrecerte de juguete
el mundo-coco, el mundo-nuez.

Hasta la víbora del cerro
(el amor da siempre bien,
y cada uno lo que puede),
te mandará su cascabel.

Si fuera manca, con mis dientes
te mecería mal o bien,
y ciega, es claro que un lucero
me alumbraría de una vez.

Que a todo riesgo escapes siempres
como la mar a toda red,
y que la lluvia y el relámpago
se paren por verte crecer.

Y aquí está el sueño de tres noches:
que tú, enanito, fuiste quien
quitó las botas al gigante
y ya su fuerza tuya fue.

Mas tu bondad era lo fuerte
y más que el sol y que la miel.
Las bendiciones te seguían
como jamás a papa o rey.


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menosiempreesmas.
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