23.12.08



Los justos

J.L. Borges

Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso
ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no
le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de
cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mail que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando al mundo.


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17.12.08

Lluvia
RGT


Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa.

Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados. Otras veces cae con furia y uno piensa en los maremotos que se han tragado tantas espléndidas islas de extraños nombres.
De cualquier manera la lluvia es saludable y triste.

De cualquier manera sus tambores acunan nuestras noches y la lectura tranquila corre a su lado por los canales del sueño.

Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban.

No habían despertado todavía al amor.

No sabían nada de nosotros.
De nuestro gran secreto.

Ignoraban la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos, la ternura de nuestra fatiga.
Acaso los rostros amigos, las fotografías, los paisajes que hemos visto juntos, tantos gestos que hemos entrevisto o sospechado, los ademanes y estamos solos bajo la llu
via, solos en nuestro compartido, en nuestro apretado destino, en nuestra posible muerte única, en nuestra posible resurrección.
Te quiero con toda la ternura de la lluvia.
Te quiero con toda la furia de la lluvia.
Te quiero con todos los tambores de la lluvia.

Aún tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada.
Recién estamos descubriendo los puentes y las casas, las ventanas y las luces, los barcos y los horizontes.

Tú estás arriba, suntuosa y bíblica, pero tan humana; increíble, pero tan real; numerosa, pero tan mía.

Yo te veo como en la sombra imprecisa del sueño.
Oh, visitante.

Ya es seguro que ningún desvío nos separará.
Iguales las luces señaleras nos atraen hacia la compartida vida, hacia el destino único.

Ambos nos
ayudaremos para subir la callejuela sin fin de una pasión irremediable.
Oh, visitante.

Estoy lleno de tu vida, de tu muerte.

Estoy tocado de tu destino.
Al extremo de que nada te pertenece sino yo.

Al extremo de que nada me pertenece sino tú.

Sin embargo yo quería hablar de la lluvia, igual, pero distinta, ya al reflejar sobre el asfalto las súbitas, las fugitivas luces rojas de los automóviles, ya al inundar los barrios de nuestra solidaridad y de nuestra esperanza, los humildes barrios de los trabajadores.

La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor sea bello y triste y acaso esa tristeza sea una manera sutil de la alegría.
Oh, íntima, recóndita alegría.

Estoy tocado de tu destino.

Oh, lluvia. Oh, generosa.






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Lazos irrompibles
impenetrables
el cuerpo efímero
frente a la belleza
al dolor profundo
frente al recuerdo.



8.12.08

igor stravinsky
17 de junio de 1882
6 de abril de 1971

La figurita hirsuta de Igor Stravinsky navega casi todo un siglo con fuerza aluvional. Bajo la tenue luz de una lámpara de gas, los reflectores o la vigilancia satelital, atraviesa un río que nace en el ocaso del wagnerismo y en su devenir se topa con las vanguardias, los desastres de la guerra y los totalitarismos; el cine, la TV, la posvanguardia, los Beatles y Vietnam, las computadoras y el estudio multipista. Una "permanencia" -para decirlo con una palabra que utiliza Pierre Boulez- que poco tiene que ver con cuestiones de longevidad.
Stravinsky es uno de esos ríos que arrastra y transforma a la música occidental. Aquel río nace en Oranienbaun, en el golfo de Finlandia, a unos 50 kilómetros de San Petesburgo, el 17 de junio de 1882. Hay, ahí, una ciudad que se moderniza, un entorno liberal, tostoiano y positivista que incluye propietarios, funcionarios e intelectuales, como la familia de otro petersburgués genial, Vladimir Navokov. Y de ese magma saldrá a conquistar el mundo apenas tres años después de graduarse como abogado. Lo demás es conocido. "La recepción masiva no basta. Escuchar ciertas combinaciones de sonidos es habituarse mecánicamente a captarlos, pues se puede escuchar sin oir, como se puede mirar sin ver", decía el hombrecito que escribió La Consagración de la Primavera, La Historia del Soldado, Pribaukti, la Sinfonía para Instrumentos de Vientos, la Sinfonía de los Salmos, Agon y Requiem Canticles. El mismo que antes que se inventara el disco de 33 revoluciones hablaba de "parálisis progresiva" y "embrutecimiento". Nadie como él -observa el compositor André Boucourechiliev, autor de uno de los ensayos más completos y esclarecedores sobre su obra- ha suscitado al mismo tiempo tantas pasiones opuestas, escándalos malentendidos.
Stravinsky innovador y reaccionario.
Bárbaro y domesticado.
Críptico y biodegradable.
Las polarizaciones, la verdades y los rígidos embanderamientos se volatirizaron. La temida ubicuidad musical que todo nivela se convirtió en telón de fondo de esta segunda naturaleza que es la realidad técnica. El presente es ensordecedor y disciplinario. A pesar de todo, "eschuchar" a Stravinsky sigue siendo una prodigiosa aventura. Acaso sus hallazgos, rupturas, ritornellos, metamorfosis, fugas y convergencias puedan comprenderse como parte de un mismo océano virtuoso.


Abel Gilbert
Revista CLÁSICA