20.10.09

LOA DEL CUERPO SANO
LF

Las bestias y las plantas te den el buen consejo:

contémplate en tu cuerpo tal como en un espejo.
Para tu gloria de hombre prolongada en la casta,
desnúdese tu cuerpo en la gimnasia casta,
como una estatua. Puro y audaz tu cuerpo entrega

a la gracia del aire y el sol. La diosa griega
te unja en su óleo. El juego armonioso y diverso
de tus músculos plázcate como el más bello verso.
No así como el asceta ni c
omo la ramera,
sé dueño de tu cuerpo, que ésta es la ley primera.

Un cuerpo hermoso, fuerte, sano, qué noble palma.
Pero sirve a tu cuerpo para servir a tu alma.
¡Y no des uno al diablo ni la otra des a Dios

y ojalá te tuvieran sin cuidado estos dos!

Cuerpo, loado seas en tu carne y tu hueso,
tus nervios y tu sangre, tu semen y tu seso.




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sesiguenimprimiendo.
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19.10.09

Nuestra rosa rosa de América
RGT

Una vez me escribió Milan Jeranci,
un poeta soldado de las Brigadas Internacionales.
Y mientras él tuteaba al peligro en el Frente,
yo en Madrid con mis versos soñando y esperando,
-¿Qué hacéis vosotros por nosotros?”, me decía.
Yo me ruboricé. No supe contestarle.
Yo cantaba los hechos pero él los vivía
y aunque yo también los vivía a mi manera
y mi verso incitaba y excitaba cantando
y a su modo también hacía la guerra,
me persiguió su voz como un pájaro triste
de trino desvelado.
Y aún hoy, como si fuera el reproche de un tiempo
que engendró tanta ausencia y destrucción y exilios,
voces flotantes entre lámparas ebrias
que agonizan en medio de los grandes naufragios,
rostros donde el olvido, puso pálidas máscaras,
amargos, largos rostros,
¿Qué hacéis vosotros -vuelvo a oír- por nosotros?
Nunca supe qué fue de aquel muchacho eslavo
que en su pobre macuto llevaba un libro (Heine)
una medalla, un rizo y un retrato.
¿Dónde estará Milan Jeranci ahora?
¿Desde qué espejo o caído en qué foso,
desde qué luna me estará mirando?
¿O dormido en qué sueño, en qué amapola
recuesta su nostalgia? ¿Con qué novia
comparte su secreto de raíces?
¿En qué nube se esfuma divagando?
(¿En dónde se deshace Lina Odena
y aún sangra Federico en el costado?)
Pude escribirle, he visto
en Cerbere los trenes
cargados con la ayuda de Francia popular
y algunos pueblos de sonoros nombres latinoamericanos,
grises vagones en las vías muertas
donde crecen las hierbas inútiles y el tedio,
cubiertos con las lonas llovidas, ya violáceas
de la larga intemperie, mientras por el Ferrol,
donde la gata de Domingo Ferreiro se había ahogado
en la marea de sangre de los fusilamientos,
introducían los nazis sus bárbaros, sus dientes y sus armas,
los tanques que escoltaron los nombres del petit Daladier,
Blum, Chamberlain, Laval, Churchill, Reynaud,
las bombas que venían a matar
a los niños y las flores de España.
Pude escribirle, caro Milan Jeranci, amigo,
los cachorros lejanos no abandonan España.
Allí hay gentes que juntas las monedas hurtadas
al precario puchero cotidiano,
ropas que cosen los ojos del desvelo
y lágrimas y canto
y con su corazón van hacia España en guerra,
pero si allá no arriba su cálido mensaje de vigilia y amor,
no son los pueblos, son sus gobiernos,
sus funcionarios y sus leyes atroces,
los que traban la solidaridad con los que luchan
contra las avanzadas del odio y el horror;
los que impiden que los pueblos de América Latina
unidos por la historia de la sangre,
que hablan otra forma de español,
-el gran idioma madre que reveló Cervantes y que adornó Darío estén
en cuerpo y alma con el león herido.
Y si algo llega en los camiones furtivos, trajinados,
hombres de rostros secos y de conciencia negra los detienen
al filo de las trágicas fronteras,
si no pueden filtrarse jadeantes, fugitivos,
hacia Por Bou, el lado español, de la estrella.
Y cuando nuevamente preguntaron
desde el fondo de medio mundo en guerra:
-¿Qué hacéis vosotros por nosotros?-
Yo pude responder de la misma manera
pero sin evitar que otra vez el rubor golpeara mi frente,
traicionara mis ojos.
Y cuando me pregunten:
-¿Qué hacéis, qué hacéis
vosotros por la paz?
Yo diré poca cosa; todavía la traba,
la indiferencia de unos, la indecisión de otros,
muros de incomprensión, sucias calumnias de prensa envenenada,
pero también la reunión clandestina y el súbito congreso callejero,
esa dura faena en la vanguardia,
y esa fe que nos dice que algo, en el mundo, marcha.
Y cuando me demanden:
-¿Qué habéis hecho, qué hacéis
contra el imperialismo?
Yo podría contestarles, por encima del caos,
en medio de la intriga y la confusión,
tormentas de papel, malecones de bruma,
el antimperialismo verbal, la demagogia,
gobernantes atados a compromisos sórdidos
que temen las probables multitudes en armas,
y como ayer y como las primeras
gestas americanas contra el dólar,
los pueblos de la América Latina sojuzgados
pero en cuyas entrañas palpita la segura aventura futura,
que no capta la Kodak de turistas fugaces
ni la tarjeta postal que el Municipio pinta con tintas
inefables,
amontonados, plenos de violencia y dulzura,
los pueblos, esos pueblos que como el argentino,
cuando se habló de enviar carne de cañón a Corea,
salieron a la calle a decir: ¡No!
(una marcha fue épica en Santa Fe, en Rosario)
y en Buenos Aires,
altivas voces de mujeres se oyeron
reclamando a sus hijos a la puerta
de los cuarteles suburbanos);
los pueblos, esos pueblos cuyos ojos reflejan
el ímpetu del puma y la paciencia alerta del caballo,
y en cuya mayoría se prohibe la actividad consciente del espíritu,
y la palabra paz asusta a las hinchadas burguesía,
los pueblos, esos pueblos cuyas razas diversas sueñan un mismo sueño,
hondo como sus ríos, amplio como sus cielos de
azul atropellado,
dicen como el mensaje de San Martín y O´Higgins
¡Unidos venceremos!
———000———
(Soldado colombiano en Corea:
los asesinos de Gaitán te enviaron.
¡Toma tu granada y arrójala
contra la cara del verdugo!
¡Toma tu fusil y vuélvelo
contra los jefes que te ordenan!)
Ah, sí, Milan Jeranci con tus extraños versos y tu melancolía,
yo pude haberte hablado de las jóvenes Ligas contra el imperialismo,
de las huelgas de sangre y unidad combativas,
de explosiones aisladas, sofocadas
por los traidores nacionales y el zarpazo foráneo;
contrarrevoluciones que ordenaron de afuera los banqueros.
Después cayó Sandino fulminado por los jerarcas norteamericanos;
como siempre, de noche y por la espalda.
Era desesperante, mas no desesperamos.
Luego el turno de España. Y la última vez yo vi cuando se iban,
cuando se fue contigo también Miguel Hernández.
Era una tarde gris de otoño con violetas.
(Los franquistas lo mataron lentamente después,
arrastrándolo, enfermo, de prisión en prisión, de hambre en hambre).
Agitando la boina me despidió Miguel,
y tu me saludaste levantando la cuchara de palo
desde el tren con perfumes de pólvoras ansiosas.
Fue Teruel. Fue Belchite. No hago más que acordarme.
Quise desesperarme, morirme de vergüenza hasta morirme,
por el triste papel de nuestra América.
Mas no desesperé.
La que cantamos joven,
la que soñamos ángel del idioma y la raza,
la que creíamos luz dirigida por sombras inválidas, vacías,
prendidas a los cuernos y mandíbulas
feroces de los Carlos y Fernandos,
pidiendo un poco más de látigo y metrópoli
olvidada la madre de heridas y latidos universales, sola,
(los pueblos no olvidaban)
mientras las hogueras consumían los libros vehementes
de aquel romanticismo que fundó nuestras patrias
y los otros, preclaros, de la herencia cultural progresista,
y aunque las llamaradas esclarecían más la conciencia del hombre,
era para morirse; ya no teníamos nada,
se secarán los ríos, nos decíamos,
caerán de rodillas las montañas
y el salitre y el cuero
y la lana y el trigo.
¡Qué contentos estaban los gerentes de la United Fruit
(una copa en honor de Guatemala,
Guatemala en tu honor una copa de honor)
la Standard, la Forestal, la Royal, la West India, la Patiño Mines!
(Atención bolivianos, mártires de Cataví, ciudad, velad la pólvora
y no soltéis las armas. Una copa de honor por los mineros
que honran la tradición de sus heroicos maestros asturianos).
Sí, yo oigo aquel grito, pertinaz y distante.
Yo sabía que no eran los humildes, los pobres, los obreros,
sus vanguardias vitales, creadoras y lúcidas.
Yo sabía que eran los gobiernos
(con excepción de un México donde aún resplandecía
el nombre de Zapata, aire de tierra y piedra y dulce patria)
las sociedades pistoleras de la alta finanza,
el pequeño cadáver parlante del escritor podrido
o la garganta a sueldo del chantre armamentista;
el periodista truhán, los fulleros del alma,
la caverna política, militar, eclesiástica.
Y un niño pudo preguntarme en Madrid:
-¿Qué habéis hecho vosotros por Oviedo,
por Badajoz, por Vigo, por Bilbao, por Málaga
y por mi y el barquito de papel destrozado
por el obús nocturno del crimen permitido?
Y yo volví a decir, triste papel,
espionaje de cónsules ladinos,
condecorado abdomen de embajador impúdico.
Mi valor consistía en regresar adonde estaban
o a la cárcel, o el hambre o el olvido,
los premios del gobierno al escritor
en el país de Justo o de Castillo,
para decir la verdad que me quemaba:
He visto a vuestros diplomáticos,
y a las cursis mujeres de vuestros diplomáticos,
las de sus casas con supuestos Grecos y pálidas sirvientas,
desembarcando espías en los barcos de guerra,
o embarcando fugitivos de la justicia popular
y obras de arte del tesoro del pueblo;
especulando con la pobre peseta,
la inocencia de la leche,
la santidad del pan,
la gracia del aceite
y el diamante del carbón;
salvando criminales, ofreciendo
festivales macabros al pie de la emisora subterránea
por donde alguna vez dieron los nazis, los fascistas, los moros asesinos,
oh Madrid, oh Almería
la orden por masacrar por aire y mar y tierra
a mujeres y niños y hombres casi divinos.
Yo sabía de agentes de Hitler delirante y su socio inglorioso,
con sus botas de Gros chorreando cadáveres de obreros y poetas,
con sus vientres de Gros inflados por la sangre,
repartiendo consignas y pagando banquetes
(¿veis a Sánchez Sorondo y compañía sentados con Von Therman?)
Yo sabía de mujeres depravadas
y marquesas mal habladas y teñidas
que a la sombra de nuestras Embajadas
deslizaban su informe de papel perfumado
que iba a costar la vida de tanta hermosa gente.
Recuerdo y digo hasta morirme,
recuerdo y digo, era una peste.
Pero no eran mis pueblos de la pequeña ayuda y del gran corazón,
que aman sus canciones antiguas, sus banderas,
y no el trapo manchado de petróleo,
de hulla, de café, de frigorífico,
que evoca a hombres sepultos en las minas,
o que rodaron de los blancos andinos
o devorados por las poleas locas
o triturados por los dientes de hierro
o hervidos en las lavas de los enormes hornos.
(¿Recordáis el Extraño Entierro Americano
de nuestro Mike Gold? ¿Recordáis los tambores
de aquel extraño entierro americano?
Y luego Munich, la pandilla de Cliveden,
el apogeo monstruoso del nazismo,
nuestros países, pasto de turbios negociados,
y el dique universal a la avalancha parda
y aquel qué hacéis vosotros siempre tan penetrante
y el fin de la ignominia de cruz gamada y de lictor
y aun ahora los imperialismos mordiendo el Continente
y a su cabeza el yanqui biznieto del pirata
-no la tierra de Lincoln, de Whitman y de Lansgtonel
cuervo del Private tenebroso y el klan armamentista,
aunque más asesino, más ladrón, linchador y más cobarde.
Triste, triste papel, pero algo está en marcha.
Escuchad, escuchar, escuchad, compañeros.
———000———
Brindis final y Esperanza
Brindo por las alianzas fraternales
de pueblos, Continentes y destinos.
Brindo por una América capaz
de abatir a las bandas imperiales
y de unirse en la cruz de los caminos
que da a las avenidas de la Paz.
Digo América y digo árbol y río.
Dice uno viajar y otro afincarse.
Deseo de partir y de quedarse
en su armonía, y es el canto mío.
América es amor desparramado,
nosotros la soñamos toda junta.
América es un niño que pregunta
por la paloma que se le ha extraviado.
Pero tras de la noche el día avanza.
Cuando a la antigua luna ladre el gozque,
despertará la Durmiente del Bosque,
nuestra novia perdida, la Esperanza.

(Buenos Aires, junio de 1953)

11.10.09

DEJAME ENTRAR LyM: Pedro Aznar

Nadie los muertos de Irak en su pantalla
¿Cuántos serán?
Fuego artificial
¿o son bombas que estallan?

Se ven igual.


Soplos de radioactividad nada visibles
¿Dónde estarán?
Venemos al mar, que las aguas nos libren
¿Cuánto durarán?


Déjame entrar al dolor de tu cuerpo
Quiero morir mendigando tu pan

Déjame estar condenado en tus huesos

¡Nadie me hable! ¡Ya déjame entrar!


Hablan de una guerra civil. Nadie ve sangre

¿Existirá?
Cien o cien mil consumidos de hambre
¡Qué lejos están!


Campo de concentración filmado en colores
¿Cuándo ocurrió?

Vea la acción sin sentir los dolores
¡Pura abstracción!

Déjame entrar al dolor de tu cuerpo
Quiero morir mendigando tu pan

Déjame estar condenado en tus huesos
¡Nadie me hable! ¡Ya déjame entrar!
¡Nadie me explique! ¡Ya déjame entrar!



casi como si abrieramos el pecho
de alguien
y nos catapultáramos a su alma

,casi

porque es físicamente imposible
o
no.