19.4.10

Hudson a caballo
Luis L. Franco

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El hombre es superior e inferior al animal, pues. Si en proporción a la masa, el hombre tuviera la fuerza de la hormiga, podría arrastrar un elefante; si dispusiera de la potencia vocal de la cigarra, derribaría los muros de cualqueier Jericó.
Es en cierto modo, piensa Hudson, el hijo enfermizo, el enclenque de la Naturaleza. En todo caso es el único inapaz de hozar con inocencia y fervor plenos del presente celestial del cielo despejado, de la verde alegría inmortal de la tierra.
No olvidemos que el espíritu existe desde mucho antes de la aparición del hombre, y que las veladas, insondables maravillas de la mente existen desde el hombre hasta los insectos. Y que el glorioso instinto de belleza nos es común hasta con los animales ínfimos.
Al humillar a los animales (castigándolos abrumándolos de trabajo, enseñándoles monerías) el hombre se humilla a sí mismo. No puede con su genio, empeñado en contagiarles su bufonería y su servilismo, enseñándoles a hacer venias, a arrodillarse, a juntar las patas sobre un taburete, a saltar por un aro, desfigurando y ridiculizando la majestad del león o del elefante, a terribilidad del tigre, la comprensión enternecedora del mono, la nobleza prócer del caballo, el misterio de inteligencia y dulzura de la foca o el perro.
No quiere ver que los animales no son muñecos autónomos ni esbozos o caricaturas del hombre. Que son, para sus necesidades y fines, tan dignos y sabios como él. Que sus instintos están saturados de inteligencia, de sustancia pensante, y, lo que es más, que sienten y piensan con todo el cuerpo.
Ellos no fabrican máquinas o instrumentros prodigiosos, bellas obras de arte: son ellos mismos el prodigio y la belleza. No inventan poemas y esculturas para suplantar u olvidar la vida: viven poética y esculturalmente. ¿Qué es la brújula junto a su instinto de orientación, secreto e infalible? ¿Qué nuestras máquinas volantes junto al vuelo vivo y la libertad con alas?
Todo lo que precede está dicho sólo para que se mire con menos asombro la existencia de un hombre a quien la vida de los animales le importa tanto, por lo menos, como la de sus propios semejantes. Digamos ahora -pues se trata de él- si era posible que a un tan porfiado y profundo mirón como Guillermo Hudson no lo cautivara una criatura tan señera personalidad como el zorrino.

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Fragmento del capítulo:
La hermana bestia
del libro Hudson a Caballo
Luis Franco.