5.12.09

MANIFIESTO
VICTOR JARA

Yo no canto por cantar
ni por tener buena voz,
canto porque la guitarra
tiene sentido y razón.


Tiene corazón de tierra
y alas de palomita,
es como el agua bendita
santigua glorias y penas.

Aquí se encajó mi canto
como dijera Violeta
guitarra trabajadora
con olor a primavera.

Que no es guitarra de ricos

ni cosa que se parezca
mi canto es de los andamios
para alcanzar las estrellas,
que el canto tiene sentido
cuando palpita en las venas
del que morirá cantando
las verdades verdaderas,

no las lisonjas fugaces
ni las famas extranjeras
sino el canto de una lonja
hasta el fondo de la tierra.

Ahí donde llega todo
y donde todo comienza
canto que ha sido valiente
siempre será canción nueva.


----

lo son
----

22.11.09

FIN, 2, 3
LA

Soy quien cubrió tu dolor
hasta fin de siglo.
Dos y no tres
antes vos, antes yo... herido.

Sé que volví y sufrí
por aquel desvío.

Vos, yo, fin, dos, tres.

Rol que jugué
sin saber, sin pensar
lo mismo.
Fui rehén del captor
y crecí en cinco minutos.

Hoy salto al vacío,
sé muy bien donde voy.
No pendo de un hilo,
sé muy bien donde estoy.

Fe en saber contemplar
el camino oscuro.
Fe de entender
que me fui y dejé tu mundo.

Hoy salto al vacío...


--
mi cuerpo y el aire
son la misma cosa,
creo.
----

11.11.09

MORIR EN SOLEDAD
MS

Señor, yo sé que Tú estás en la fe luminosa de una noche de estrellas,
de un día radiante de azul y de sol.

Yo sé que Tú estás, en la espera gozosa de un niño que viene,

de una carta que llega, de un amigo que vuelve.

Tú estás, yo sé que Tú estás en el amor inmenso de unas manos que abrazan

y en el puro cariño del beso que me dan.

Mas también sé que estás en la fe desprovista y desnuda
cuando un día y otro día le cuenta su rutina de trabajo y pobreza

y mi alma se hunde en la tiniebla total.

Yo sé que Tú estás cuando la esperanza es cuesta empinada,
la cumbre es incierta y las fuerzas muy pocas.

Tú estás.

Yo sé que Tú estás cuando amar es un surco humilde y oscuro,
que reclama al grano para ser fecundo y morir en soledad.

Yo sé que Tú estás, Señor que te creo,
Señor que te espero, Señor que me amas,
Yo sé que Tú estás.


...

20.10.09

LOA DEL CUERPO SANO
LF

Las bestias y las plantas te den el buen consejo:

contémplate en tu cuerpo tal como en un espejo.
Para tu gloria de hombre prolongada en la casta,
desnúdese tu cuerpo en la gimnasia casta,
como una estatua. Puro y audaz tu cuerpo entrega

a la gracia del aire y el sol. La diosa griega
te unja en su óleo. El juego armonioso y diverso
de tus músculos plázcate como el más bello verso.
No así como el asceta ni c
omo la ramera,
sé dueño de tu cuerpo, que ésta es la ley primera.

Un cuerpo hermoso, fuerte, sano, qué noble palma.
Pero sirve a tu cuerpo para servir a tu alma.
¡Y no des uno al diablo ni la otra des a Dios

y ojalá te tuvieran sin cuidado estos dos!

Cuerpo, loado seas en tu carne y tu hueso,
tus nervios y tu sangre, tu semen y tu seso.




--
sesiguenimprimiendo.
--

19.10.09

Nuestra rosa rosa de América
RGT

Una vez me escribió Milan Jeranci,
un poeta soldado de las Brigadas Internacionales.
Y mientras él tuteaba al peligro en el Frente,
yo en Madrid con mis versos soñando y esperando,
-¿Qué hacéis vosotros por nosotros?”, me decía.
Yo me ruboricé. No supe contestarle.
Yo cantaba los hechos pero él los vivía
y aunque yo también los vivía a mi manera
y mi verso incitaba y excitaba cantando
y a su modo también hacía la guerra,
me persiguió su voz como un pájaro triste
de trino desvelado.
Y aún hoy, como si fuera el reproche de un tiempo
que engendró tanta ausencia y destrucción y exilios,
voces flotantes entre lámparas ebrias
que agonizan en medio de los grandes naufragios,
rostros donde el olvido, puso pálidas máscaras,
amargos, largos rostros,
¿Qué hacéis vosotros -vuelvo a oír- por nosotros?
Nunca supe qué fue de aquel muchacho eslavo
que en su pobre macuto llevaba un libro (Heine)
una medalla, un rizo y un retrato.
¿Dónde estará Milan Jeranci ahora?
¿Desde qué espejo o caído en qué foso,
desde qué luna me estará mirando?
¿O dormido en qué sueño, en qué amapola
recuesta su nostalgia? ¿Con qué novia
comparte su secreto de raíces?
¿En qué nube se esfuma divagando?
(¿En dónde se deshace Lina Odena
y aún sangra Federico en el costado?)
Pude escribirle, he visto
en Cerbere los trenes
cargados con la ayuda de Francia popular
y algunos pueblos de sonoros nombres latinoamericanos,
grises vagones en las vías muertas
donde crecen las hierbas inútiles y el tedio,
cubiertos con las lonas llovidas, ya violáceas
de la larga intemperie, mientras por el Ferrol,
donde la gata de Domingo Ferreiro se había ahogado
en la marea de sangre de los fusilamientos,
introducían los nazis sus bárbaros, sus dientes y sus armas,
los tanques que escoltaron los nombres del petit Daladier,
Blum, Chamberlain, Laval, Churchill, Reynaud,
las bombas que venían a matar
a los niños y las flores de España.
Pude escribirle, caro Milan Jeranci, amigo,
los cachorros lejanos no abandonan España.
Allí hay gentes que juntas las monedas hurtadas
al precario puchero cotidiano,
ropas que cosen los ojos del desvelo
y lágrimas y canto
y con su corazón van hacia España en guerra,
pero si allá no arriba su cálido mensaje de vigilia y amor,
no son los pueblos, son sus gobiernos,
sus funcionarios y sus leyes atroces,
los que traban la solidaridad con los que luchan
contra las avanzadas del odio y el horror;
los que impiden que los pueblos de América Latina
unidos por la historia de la sangre,
que hablan otra forma de español,
-el gran idioma madre que reveló Cervantes y que adornó Darío estén
en cuerpo y alma con el león herido.
Y si algo llega en los camiones furtivos, trajinados,
hombres de rostros secos y de conciencia negra los detienen
al filo de las trágicas fronteras,
si no pueden filtrarse jadeantes, fugitivos,
hacia Por Bou, el lado español, de la estrella.
Y cuando nuevamente preguntaron
desde el fondo de medio mundo en guerra:
-¿Qué hacéis vosotros por nosotros?-
Yo pude responder de la misma manera
pero sin evitar que otra vez el rubor golpeara mi frente,
traicionara mis ojos.
Y cuando me pregunten:
-¿Qué hacéis, qué hacéis
vosotros por la paz?
Yo diré poca cosa; todavía la traba,
la indiferencia de unos, la indecisión de otros,
muros de incomprensión, sucias calumnias de prensa envenenada,
pero también la reunión clandestina y el súbito congreso callejero,
esa dura faena en la vanguardia,
y esa fe que nos dice que algo, en el mundo, marcha.
Y cuando me demanden:
-¿Qué habéis hecho, qué hacéis
contra el imperialismo?
Yo podría contestarles, por encima del caos,
en medio de la intriga y la confusión,
tormentas de papel, malecones de bruma,
el antimperialismo verbal, la demagogia,
gobernantes atados a compromisos sórdidos
que temen las probables multitudes en armas,
y como ayer y como las primeras
gestas americanas contra el dólar,
los pueblos de la América Latina sojuzgados
pero en cuyas entrañas palpita la segura aventura futura,
que no capta la Kodak de turistas fugaces
ni la tarjeta postal que el Municipio pinta con tintas
inefables,
amontonados, plenos de violencia y dulzura,
los pueblos, esos pueblos que como el argentino,
cuando se habló de enviar carne de cañón a Corea,
salieron a la calle a decir: ¡No!
(una marcha fue épica en Santa Fe, en Rosario)
y en Buenos Aires,
altivas voces de mujeres se oyeron
reclamando a sus hijos a la puerta
de los cuarteles suburbanos);
los pueblos, esos pueblos cuyos ojos reflejan
el ímpetu del puma y la paciencia alerta del caballo,
y en cuya mayoría se prohibe la actividad consciente del espíritu,
y la palabra paz asusta a las hinchadas burguesía,
los pueblos, esos pueblos cuyas razas diversas sueñan un mismo sueño,
hondo como sus ríos, amplio como sus cielos de
azul atropellado,
dicen como el mensaje de San Martín y O´Higgins
¡Unidos venceremos!
———000———
(Soldado colombiano en Corea:
los asesinos de Gaitán te enviaron.
¡Toma tu granada y arrójala
contra la cara del verdugo!
¡Toma tu fusil y vuélvelo
contra los jefes que te ordenan!)
Ah, sí, Milan Jeranci con tus extraños versos y tu melancolía,
yo pude haberte hablado de las jóvenes Ligas contra el imperialismo,
de las huelgas de sangre y unidad combativas,
de explosiones aisladas, sofocadas
por los traidores nacionales y el zarpazo foráneo;
contrarrevoluciones que ordenaron de afuera los banqueros.
Después cayó Sandino fulminado por los jerarcas norteamericanos;
como siempre, de noche y por la espalda.
Era desesperante, mas no desesperamos.
Luego el turno de España. Y la última vez yo vi cuando se iban,
cuando se fue contigo también Miguel Hernández.
Era una tarde gris de otoño con violetas.
(Los franquistas lo mataron lentamente después,
arrastrándolo, enfermo, de prisión en prisión, de hambre en hambre).
Agitando la boina me despidió Miguel,
y tu me saludaste levantando la cuchara de palo
desde el tren con perfumes de pólvoras ansiosas.
Fue Teruel. Fue Belchite. No hago más que acordarme.
Quise desesperarme, morirme de vergüenza hasta morirme,
por el triste papel de nuestra América.
Mas no desesperé.
La que cantamos joven,
la que soñamos ángel del idioma y la raza,
la que creíamos luz dirigida por sombras inválidas, vacías,
prendidas a los cuernos y mandíbulas
feroces de los Carlos y Fernandos,
pidiendo un poco más de látigo y metrópoli
olvidada la madre de heridas y latidos universales, sola,
(los pueblos no olvidaban)
mientras las hogueras consumían los libros vehementes
de aquel romanticismo que fundó nuestras patrias
y los otros, preclaros, de la herencia cultural progresista,
y aunque las llamaradas esclarecían más la conciencia del hombre,
era para morirse; ya no teníamos nada,
se secarán los ríos, nos decíamos,
caerán de rodillas las montañas
y el salitre y el cuero
y la lana y el trigo.
¡Qué contentos estaban los gerentes de la United Fruit
(una copa en honor de Guatemala,
Guatemala en tu honor una copa de honor)
la Standard, la Forestal, la Royal, la West India, la Patiño Mines!
(Atención bolivianos, mártires de Cataví, ciudad, velad la pólvora
y no soltéis las armas. Una copa de honor por los mineros
que honran la tradición de sus heroicos maestros asturianos).
Sí, yo oigo aquel grito, pertinaz y distante.
Yo sabía que no eran los humildes, los pobres, los obreros,
sus vanguardias vitales, creadoras y lúcidas.
Yo sabía que eran los gobiernos
(con excepción de un México donde aún resplandecía
el nombre de Zapata, aire de tierra y piedra y dulce patria)
las sociedades pistoleras de la alta finanza,
el pequeño cadáver parlante del escritor podrido
o la garganta a sueldo del chantre armamentista;
el periodista truhán, los fulleros del alma,
la caverna política, militar, eclesiástica.
Y un niño pudo preguntarme en Madrid:
-¿Qué habéis hecho vosotros por Oviedo,
por Badajoz, por Vigo, por Bilbao, por Málaga
y por mi y el barquito de papel destrozado
por el obús nocturno del crimen permitido?
Y yo volví a decir, triste papel,
espionaje de cónsules ladinos,
condecorado abdomen de embajador impúdico.
Mi valor consistía en regresar adonde estaban
o a la cárcel, o el hambre o el olvido,
los premios del gobierno al escritor
en el país de Justo o de Castillo,
para decir la verdad que me quemaba:
He visto a vuestros diplomáticos,
y a las cursis mujeres de vuestros diplomáticos,
las de sus casas con supuestos Grecos y pálidas sirvientas,
desembarcando espías en los barcos de guerra,
o embarcando fugitivos de la justicia popular
y obras de arte del tesoro del pueblo;
especulando con la pobre peseta,
la inocencia de la leche,
la santidad del pan,
la gracia del aceite
y el diamante del carbón;
salvando criminales, ofreciendo
festivales macabros al pie de la emisora subterránea
por donde alguna vez dieron los nazis, los fascistas, los moros asesinos,
oh Madrid, oh Almería
la orden por masacrar por aire y mar y tierra
a mujeres y niños y hombres casi divinos.
Yo sabía de agentes de Hitler delirante y su socio inglorioso,
con sus botas de Gros chorreando cadáveres de obreros y poetas,
con sus vientres de Gros inflados por la sangre,
repartiendo consignas y pagando banquetes
(¿veis a Sánchez Sorondo y compañía sentados con Von Therman?)
Yo sabía de mujeres depravadas
y marquesas mal habladas y teñidas
que a la sombra de nuestras Embajadas
deslizaban su informe de papel perfumado
que iba a costar la vida de tanta hermosa gente.
Recuerdo y digo hasta morirme,
recuerdo y digo, era una peste.
Pero no eran mis pueblos de la pequeña ayuda y del gran corazón,
que aman sus canciones antiguas, sus banderas,
y no el trapo manchado de petróleo,
de hulla, de café, de frigorífico,
que evoca a hombres sepultos en las minas,
o que rodaron de los blancos andinos
o devorados por las poleas locas
o triturados por los dientes de hierro
o hervidos en las lavas de los enormes hornos.
(¿Recordáis el Extraño Entierro Americano
de nuestro Mike Gold? ¿Recordáis los tambores
de aquel extraño entierro americano?
Y luego Munich, la pandilla de Cliveden,
el apogeo monstruoso del nazismo,
nuestros países, pasto de turbios negociados,
y el dique universal a la avalancha parda
y aquel qué hacéis vosotros siempre tan penetrante
y el fin de la ignominia de cruz gamada y de lictor
y aun ahora los imperialismos mordiendo el Continente
y a su cabeza el yanqui biznieto del pirata
-no la tierra de Lincoln, de Whitman y de Lansgtonel
cuervo del Private tenebroso y el klan armamentista,
aunque más asesino, más ladrón, linchador y más cobarde.
Triste, triste papel, pero algo está en marcha.
Escuchad, escuchar, escuchad, compañeros.
———000———
Brindis final y Esperanza
Brindo por las alianzas fraternales
de pueblos, Continentes y destinos.
Brindo por una América capaz
de abatir a las bandas imperiales
y de unirse en la cruz de los caminos
que da a las avenidas de la Paz.
Digo América y digo árbol y río.
Dice uno viajar y otro afincarse.
Deseo de partir y de quedarse
en su armonía, y es el canto mío.
América es amor desparramado,
nosotros la soñamos toda junta.
América es un niño que pregunta
por la paloma que se le ha extraviado.
Pero tras de la noche el día avanza.
Cuando a la antigua luna ladre el gozque,
despertará la Durmiente del Bosque,
nuestra novia perdida, la Esperanza.

(Buenos Aires, junio de 1953)

11.10.09

DEJAME ENTRAR LyM: Pedro Aznar

Nadie los muertos de Irak en su pantalla
¿Cuántos serán?
Fuego artificial
¿o son bombas que estallan?

Se ven igual.


Soplos de radioactividad nada visibles
¿Dónde estarán?
Venemos al mar, que las aguas nos libren
¿Cuánto durarán?


Déjame entrar al dolor de tu cuerpo
Quiero morir mendigando tu pan

Déjame estar condenado en tus huesos

¡Nadie me hable! ¡Ya déjame entrar!


Hablan de una guerra civil. Nadie ve sangre

¿Existirá?
Cien o cien mil consumidos de hambre
¡Qué lejos están!


Campo de concentración filmado en colores
¿Cuándo ocurrió?

Vea la acción sin sentir los dolores
¡Pura abstracción!

Déjame entrar al dolor de tu cuerpo
Quiero morir mendigando tu pan

Déjame estar condenado en tus huesos
¡Nadie me hable! ¡Ya déjame entrar!
¡Nadie me explique! ¡Ya déjame entrar!



casi como si abrieramos el pecho
de alguien
y nos catapultáramos a su alma

,casi

porque es físicamente imposible
o
no.

23.9.09

REQUIEM PARA UN MUCHACHO AHOGADO
RGT

Cantero: tu apellido sugiere canto y rosas*
-la flor de tu sonrisa-
Este poema canta tu adolescencia muerta;
las rosas crecerán de tu noble ceniza.

Tenía un rostro oscuro de madera tallada
y un alma cuya luz desbordaba ternura
y un sentido fraterno de la amistad; tenía
una tímida voz, maneras suaves, y su andar era lento
como el de los que quieren pasar sin hacer ruido.
Sin embargo, ¡qué fuerza interior ocultaba
este chico grandote que aún en la edad del juego
trabajaba, luchaba, sudaba, caminaba y caminaba!
Y tuvo tiempo para repartir
la bondad que sus ojos con sueño reflejaban.

Con fervor desvelado sobrellevó la escuela,
el flaco pan, la casa inverosímil, los afanes amargos
y el violento verano y los inviernos duros.
Una niñez madura sin calor de destino
que el amor de la madre iluminó y sostuvo.

Y este muchacho pobre murió como el más rico
y este muchacho tímido murió como el más fuerte.
El más rico de honor y de sangre valiente
y el más fuerte de puro coraje proletario.
La primer sorprendida, sin duda, fue la muerte.

Yo levanto tu nombre y lo agito
en la faz de la gente cruel o indiferente
como una bandera de trapo comunero.
Y delante del Tiempo, testigo insobornable,
pongo tu nombre al río donde se hundió tu frente:
El río de Cantero.



*Carlos Alberto Cantero, 16 años. Vivía en una villa de emergencia. Por salvar a un amigo, menor que él, murió ahogado, cuando bien podría haber huido a la trampa del río. "Era uno de la villa"... fue el comentario de ciertos burgueses pacatos, pero nadie fue más llorado. Sintieron su muerte quienes fueron sus compañeros en la escuela de la calle Nicaragua -la mayoría no habitantes de la villa- y los niños y muchachos de los alrededores, que le conocieron.

17.9.09




quisiera dejar de preguntar
axceptar el hecho

el saberse en el hacerse,

en el construirse

eso es lo único

eso y la coherencia

saber que todo
todo

es la música

el sonido de lo absoluto.

porque lo primero que se crea el es corazón,

y eso tiene ritmo

ritmo

supremo latir del universo repetido desde toda la eternidad

desde que somos tres capitas

todo el universo late en nosotros

al igual que en todos y en todo

las piedras laten

de qué forma rodarían sino?

los adoquines laten con los caballos
con botas

con alas
son alas
con botas
son caballos con adoquines

y con ríos.
delteando /te/
vení al río
y
quereme
el río es el absoluto

repite el eterno latir de lo profundo

donde se late

inclusive cuando no late
algo late.



--- olaiuanaduisiu ---

14.9.09

LEGIÓN
HVT

"Mi nombre es Legión,
porque somos muchos."
Marcos 5, 9-10

No son pocas tus fuerzas.
Y ni mi inteligencia, ni la salud de mi corazón,
ni mi imaginación, ni mi profecía,
ni el vigor de mi abrazo
pueden contigo.

Antes, cuando era tu árbol joven en el mar,
nada sabía de ti,
ni esperaba encontrarte entre los médanos
ni puesto de pie en la sombra de mi cuerpo.

Es ahora, en mi mocedad,
después de haber sentido correr el látigo
por mi espalda,
y después, sobre todo, de conocer el amor del Altísimo,
que empiezo a conocerte a ti también.

Es ahora que te veo cruzado en mi camino.
Veo tu alto caballo oscuro,
veo tu lanza de ébano dirigida a mi pecho.

No son pocas tus fuerzas, no.
Tu mirada es como la del águila.
Tú ves y siempre tienes ante ti
los abismos arcanos de los mares.
Conoces el lugar donde la nieve fresca
oculta la hendidura de la piedra.
Los corderos temen tu sombra
cuando tus alas caen por las tardes
sobre la montaña.

El árbol joven en el mar
ni te conoce ni te teme. No es llegada su hora.
El mediodía lo escuda de ti mientras corre por la arena
cuando lucha con el viento, sereno como el arco.

Ahora, en la mocedad, es que voy conociéndote sin apremio,
ahora, después que el látigo ha dejado su niebla sobre mis
hombros
y un ligero cansancio cuelga su trofeo de mi cuello,
ahora, sobre todo, después de haber hallado
al Pastor
y de haber puesto mis manos sobre la fe
y de haberme apoyado con todo el peso de mi cuerpo
sobre su enterrada espalda.

Ahora es que conozco tus fuerzas y sé que no son pocas.
Es ahora que veo, ahora recién, la extensión de tu salto
y la velocidad de tu carrera,
y observo tu mentira y tu castigo
en tu fecho que finge respirar adolorido.

Mi mocedad camina y tiene un guía.
También su vista es como de águila.
También los abismos del mar
permanecen abiertos a sus ojos
en la tormenta como en la bonanza.
Pero su pecho no finge respirar, ni su corazón finge sangrar,
ni empuña lanza de ébano, ni sus manos están condenadas
a no poder unirse en toda la eternidad.
Él no cruza en mi camino oscuro caballo,
ni oculta la fuerza de sus hombros como tpu,
que llevas las cenizas del cóndor en la espalda.
Su mano no conoce el peso del venablo
pero sus hombros ha cargado
la nieve de la mañana,
la ha levantado de entre las zarzas.

Él es mi Pastor por un camino estrecho.
Él no cruza oscuro caballo en mi camino.
Él no esperaba mi mocedad alzado en los estribos.
No son pocas tus fuerzas, no. Ahora lo sé.
Y ni mi inteligencia, ni la salud de mi corazón,
ni mi imaginación, ni mi profecía,
ni el vigor de mi abrazo
pueden contigo.
El hombre solo no puede contigo.

Cuando era árbol joven no te veía. Ahora te veo.
Ahora te odio. Y te odiaré más todavía.
Porque tu pecho finge respirar y tus piernas fingen temblar
después de la carrera.
Porque odias la nieve fresca sobre sus hombros
y la sangre de su corazón.
Porque odias al Dios que me ha creado.
Porque odias al Hombre Dios que me ha salvado.
Porque odias, sobre todos los odios, al Hombre Dios.







--


el blancor del día.
---

29.8.09

"EL PRIMER PARAÍSO, ODETTA..."


El Primer Paraíso, Odetta, era el del padre.

Había una alianza de los entidos en el hijo

-varón o mujer-

debido a la adorción de algo único.

Y el mundo, en torno, 

sólo tenía un diseño, el del desierto.


En aquella luz oscura y sin fin,

en el círculo del desierto semejante a un poderoso regazo,

el niño gozaba del Paraíso.

Recuérdalo; había sólo un Padre (no había madre).

Su protección

tenía una sonrisa adulta, pero joven

y levemente irónica, como siempre tiene quien protege

al débil, al tierno -varón o mujercita.


Has estado en este Primer Paraíso

hasta hoy: y como eres mujer

nunca perderías su recuerdo ni dejarás de venerarlo.

Serás adorada, por naturaleza... Pero antes

de volver a ti, para advertirte contra los peligros

de la religión, quiero contarte la historia

de tu hermano, que tiene el mismo sexo que Dios.

También él, en tiempos en que era verdaderamente niño

(más niño aún que cuando estaba en el vientre materno

o cuando sorbió la primera leche del pecho),

vivió en ese Primer Paraíso del Padre.


El odio surgió de improviso, sin razón.

El regazo que era como un sol cubierto de nubes

dulces y fuertes, el regazo de aquel Hombre

inmenso y único en el desierto,

se convirtió en un oscuro fondo de pantalones, 

se envileció, perdió la inocencia

en el recelo de no ser más que humano.

Había llegado el día

en que el puro horizonte del desierto

se pierde en un silencio y en un color menos perfecto,

y se empiezan a ver las primeras palmeras

y el primer camino aparece, mudo, entre las dunas.


Así el niño atravesó el desierto del Primer Paraíso:

que permaneció atrás, en el tiempo soñado

de una verde región surcada por filas transparentes

de álamos, o en una gran ciudad provinciana.

El niño cayó de cabeza sobre la tierra,

perdió el nombre de Lucifer y adquirió, al mismo tiempo,

el de Abel y el de Caín (esto, al menos, es válido

para algunas tierras rosadas, mediterráneas, y para éstas, verdes,

donde las monjas lo enseñan a una Odetta laica).


Estas tierras, fueron del Segundo Paraíso.

Hubo alli una madre (llamémosla adoptiva) que, en tu caso,

tuvo ticas pieles que olían a precoces primavera.

Qué terrestre, qué dulcemente terrestre,

fue su dulzura de niña pequeño-burguesa

que no desea para sí todas las queridas cosas aprendidas,

sino para ese hijito suyo que pasea,

también él perlado por la frescura de las prímulas...


Corría un río (en tu caso, el Po) en ese Paraiso:

porque la casa donde los padres "adoptivos" viven 

después del matrimonio siempre está en las cercanías de un río.

Y si no de un río, del mar o de una cadena de colinas.

Los frutos crecían por sí solos, con nombres maravillosos:

manzanas, uvas, moras, ciruelas; y las flores, las inútiles flores,

no contaban menos que los frutos; también sus nombres

eran seductores: prímulas, o girasoles, 

o lirios, o mugetes y hasta orquídeas, en las fiestas.

El sol, allá arriba, era por cierto un amigo,

dulcificado por la inocente idea que la madre

comunicaba a su hijo pequeño que llevaba de la mano;

y así como nacía a la mañana, moría al atardecer,

cediendo el puesto a esas estrellas que el hijo, obediente,

apenas debía ver para abandonarlas enseguida a su silencio.


¡Pero esa madre no era inocente, como él creía!

Así, el mismo odio irracional -que había nacido por sí solo,

como un fruto o una flor, en el Primer Paraíso-

nació también en el Segundo. Nuestra existencia

no es más que un insensato identificarse con la de los seres vivos

que algo inmensamente nuestro nos acerca.


Humo, pues, la madre pecadora ante el fruto

cuyo misterio resucitaba los días del Primer Padre,

¡tan anteriores a aaquellos del verde Paraíso lombardo!


Resplandeció nuevamente el sol del desierto

sobre aquella pequeña manzana, deseo de modestas existencias.

El habitual sol de cada día permanecía aparte,

aislado como en un imprevisto invierno; mientras que el otro,

estupendo, ardía: medida con la cual calcular siglos y miserias.

La madre, pues, que no era sino su propio niño,

mordió con maternal inocencia, con filial inconsciencia,

aquel fruto estival. Enseguida el segundo padre, el adoptivo

-que, ante el primero, era como el exanime

sol invernal comparado con el de los Primeros Veranos-

siguió su ejemplo, débil hombre de la tierra,

fácilmente tentado y fácilmente corrompido.


Pero también con él nos habiamos identificado:

porque como nosotros mismos no podíamos existir:

podíamos existir sólo si éramos el padre, la madre.

Pecamos con sus mismas bocas, con sus mismas manos.

Y el Primer Padre nos expulsó también del Segundo Paraíso.

¡Dos son, pues, los Paraisos que hemos perdido!

Tomados de la mano de los padres nos encaminamos por las calles del mundo.

Lucifer se distinguió de Abel y siguió su destino:

acabó en la oscuridad más negra. Abel murió,

matándose con el nombre de Caín.

En suma, no quedó más que un hijo, un solo hijo.


Después de muchos milenios hubo la primera simiente,

y otro milenio después de este acontecimiento

fue designado un Rey patrno de los hombres multiplicados.

¡Ah, cuántas ánforas coloreadas! Debimos ganarnos el pan

y esto empezó a apoderarse de nosotros, y a perdernos

en una falsa idea de nosotros mismos, en el infierno actual.

Por ese camino, pues se encamina tu hermano Pedro.


Mas ¿por qué, al exponerte esta Teoría de los Dos Paraísos,

he hablado de tu hermano Pedro, y no de ti?

Es sencillo: poruqe si no existiera su historia de hijo varón,

tu propia historia no podría compararse con nada

y ni siquiera podríamos empezar a hablar de ella.

No hubo una Lucifera, ni una Abela, ni una Caína:

tú debiste permanecer, pues, en el Primer Paraíso.

O al menos, ése es el que debieras recordar, con el verdadero Padre:

y así es, en efecto. Por eso eres infinitamente más vieja

que tu padre adoptivo, del cual estás enamorada,

que tu madre adoptiva, llamada Lucía,

que tu hermano Pedro, ejemplo de la existencia toda.


Tú, pobre niña, te has identificado con cada uno de ellos:

y no sabes que existes desde antes que ellos nacieran,

única adorada obediente al Primer Padre.

¿Qué debería valer más: tu identificación o tu ser?

Tú no sabes elegir, tierna Odetta, porque estás ciega:

así has elegido, así has vivido. Y te debates

inútilmente, perdida entre un recuerdo demasiado hermoso

y una realidad que te lleva del sueño a la locura.



Pier Paolo Pasolini

Teorema.



---

Nuestra existencia

no es más que un insensato identificarse con la de los seres vivos

que algo inmensamente nuestro nos acerca.

---


23.8.09

DEL MUCHACHO BORRACHO

Por la calle del puerto
da un paso, un par de pasos.
Pero no huele a puerto; huele a potros y pastos.

Va con la borrachera
surgiendo de sus tacos,
y le crecen dos botas
como en mitad del campo.

Aunque ahora no lo monta
se duerme en su cabalo.
cierra sobre las crines
sus ojos de muchacho.

Cerca del marinero,
cuando el sol le da el alto,
dos alas le descubre
al caballo en sus flancos.

Y por el cielo azul,
volando y galopando,
se va mientras vomita
la ciudad hasta el campo.


ELEGIA ARGENTINA
Para mi madre

Los caballos se bañan en el río
y yo me baño en el río con los caballos.
sus crines y sus colas
son de agua sobre el agua,
como fuentes que fluyen
desde la arena al aire.
y yo me baño en el río
pero bebo las crines
y las colas de los caballos.


El agua rueda desde Dios
y se desliza por sus ancas
y se bifurca en mis caderas.
Más que el río y la lluvia,
sus crines me humedecen
el pelo.
Es una tarde de verano,
de un día que no existe,
y en un país que no se tiende,
ya,
a la sombra de sus caballadas.

Esta tarde, Dios habla
en los saltos del río
para nombrarme caballos
que todavía yo recuerdo.
Caballos que la lluvia volvió de lluvia
y que se fueron tormentosos,
hasta que el sol los evaporó.
Y recuerdo el caballo
que murió con un ojo estallado por su dueño,
cuando mi madre era muchacha
y los carreros la saludaban
con el mismo silencio
que las dos torres de nuestra casa.

Y recuerdo otros caballos
que galopé en el sur
y que montaba en pelo
por una laguna de sal,
contra el viento que olía a mar, hasta que la lluvia
lolavaba en la arena.
Y recuerdo caballos que fueron de mi tatarabuelo
y que eran iguales a los míos,
iguales a todas las caballerías
tormentosas por estas tierras.

Son los mismos caballos
que se bañan en el río
y que Dios llama por sus pelajes
con palabras que suenan
como los nombres de los ángeles.
Porque el pelaje de los caballos
tienen nombres angelicales
y la palabra azulejo
traspasa todos los cielos.

Dios les habla y me habla
con las mismas palabras
cuando el ruido del agua
es el silencio de todos los campos.
Los nombra y me nombra
en un país que no se tiende,
ya,
a la sombra de sus caballadas.
Y es una tarde de verano,
de un día que no existe
o que existió sólo en la pampa.
Pero montado en los caballos
siento mi cuerpo contra el río,
nado entre crines y galopo a Dios
y mis ojos se hunden
profundizados en su pecho.

Dios juega con los caballos
en sus manos,
palmotea y sonríe a los más humildes,
a los más castigados;
al que conoció mi madre cuando era muchacha,
muerto con un ojo menos
y que bajaba hasta el río sin descubrir la razón de sus heridas,
y a todos los que rodaron
cuando los hombres afirmaban
que el cielo era para los hombres,
que las tierras eran para los hombres
y que las tardes no eran como yeguas
tendidas entre ángeles.

Yo entonces no conocía
el cielo de los caballos,
pero rezaba por ellos todas las noches,
y era un niño que rezaba por los caballos de Dios,
y era un niño al que Dios
perdonaba sus insolencias
porque rezaba por los caballos
y lloraba poe ellos
y les prometía un dios omnipotente,
que los convertiría en ángeles
aunque los hombres se negaran.

Un Dios con el que soñaba mi madre
cuando era muchacha
y ya me descubría
descalzo por la arena.
Cuando los carreros eran silenciosos
como las torres de nuestra casa
y los jazmines eran argentinos
porque eran nuestros,
dando la vuelta al patio
hasta la noche,
en que la patria era en el cielo.


EL ÁRBOL

No hice un río en la tierra
ni he sudado
al sol lo necesario.
No he cavado, no he roturado, no he plantado
un sólo árbol.

No lo he visto crecer desde mi pala,
no lo he visto nacer como hembra joven
llenando de ojos verdes
y húmedos
todo el viento.

No lo puedo mirar
como costilla mía,
mi puño en el hondón
que me deja en el pecho.

No puedo pedir sombra para mí, todavía.


PRENDO LA RADIO DEL COCHE

Prendo la radio del coche,
cierro las puertas y ventanas
y me alejo.

Que los ruidos
se gasten solos
mientras camino entre los árboles.

A veces siento
que alguien nos encerró
con llave
en este mundo.
Lo mismo que hice yo,
pero a lo grande.



Héctor Viel Temperley.

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tarkovsky
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19.8.09

.

No conozco mejor definición de la palabra arte que ésta: "El arte es el hombre agregado a la naturaleza", la naturaleza, la realidad, la verdad, pero con un significado, con una concepción, con un carácter, que el artista hace resaltar, y a los cuáles da expresión, "que redime", que desenreda, libera, ilumina. Un cuadro de Mauve o de Maris o de Israels dice más y habla más claramente que la misma naturaleza.

Vincent Van Gogh
.

16.8.09

CANCIÓN DE LA QUE REGALA EL MUNDO AL NIÑO
LF


Ya despierta el dueño mío
y el dueño del sol también,
y del rocío de las hierbas
que en su sonrisa vuelvo a ver.

Alegría del benteveo,
porque es claro que bien te ve,
y del zorzal, porque algún día
te enseñará a silbar como él.

La rama agacha su columpio
para el pensil del va y ven
y quiere alzarte en su hombro el árbol,
San Cristobalón montés.

El blancor del día se hace ángel
y llega en puntas de pie:
viene a ofrecerte de juguete
el mundo-coco, el mundo-nuez.

Hasta la víbora del cerro
(el amor da siempre bien,
y cada uno lo que puede),
te mandará su cascabel.

Si fuera manca, con mis dientes
te mecería mal o bien,
y ciega, es claro que un lucero
me alumbraría de una vez.

Que a todo riesgo escapes siempres
como la mar a toda red,
y que la lluvia y el relámpago
se paren por verte crecer.

Y aquí está el sueño de tres noches:
que tú, enanito, fuiste quien
quitó las botas al gigante
y ya su fuerza tuya fue.

Mas tu bondad era lo fuerte
y más que el sol y que la miel.
Las bendiciones te seguían
como jamás a papa o rey.


----
menosiempreesmas.
----


18.7.09

El ángel de las botas
HVT

Como botas de ahogado,
mis botas junto al mar se han azulado.

Mis botas sin jinete
y en espuma de mar, no de caballos.

Sus puntas ya no sienten
mi cuerpo en los estribos, casi alado.

Y mis piernas no surgen
de su cuero, tirante hacia lo alto.

Sin botas por la arena,
corro hasta ellas sonriendo, y con mis manos

las alzo. Y frente al agua
las afirmo de nuevo, arrodillado.

Surgiendo de mis botas,
como a golpes de viento se ha formado.

Y por olerlo rueda
el mar hasta mis botas, disparado.

En medio de su cuerpo
crecen olas, lamiéndolo y quebrándolo.

Azul de brazo a brazo,
sus pulmones son cielos destrozados.

Cintasblancas y azules
atan su pelo al sol. Y es todo blanco

desde las cortas alas
hasta el vientre. Mis botas más abajo.

Volteadas por el viento,
mis botas caen al fin. Y arrodillado

abrazo más que viento.
Abrazo el ángel que hice con mis manos.


De la niña muerta
HTV

Tenía la altura,
tal vez, de mi pierna.
Midiendo mi pierna
me parece verla.

Cuando por las tardes
jugaba en la arena,
le pedía un balde
por jugar con ella.

Yo jugaba al ángel,
al medirla y verla,
de velas azules
y moños de velas.

Para el mediodía,
de mi sombra cerca,
jazminero bajo,
al andar, era ella.

Ni la flor ni el cielo,
con blancas orejas,
pudieron mimarla; menos tiernos eran.

Vivió en la medida
que planta la hortensia.
Cojo es mi recuerdo;
la llevo en la pierna.

--

pránáyáma.

--

13.7.09

Fragmento del capítulo
LACOONTE

(...)
Así, podemos ver que el principio del cine no es algo que le lloviera a la humanidad de los cielos, sino que ha ido creciendo desde lo más hondo de la cultura humana. Nos parece que este principio cinematográfico crece y se desarrolla dentro el propio cine; y que, dado que todas las formas de cine están determinadas por la naturaleza de la sociedad que las crea, es en la forma más alta de organización social -la nuestra- cuando estamos avanzando hacia el pleno entendimiento de la estética de esta forma artística, es decir hacia un nivel de comprención en el que todos y cada uno de los logros artísticos contribuyen en favor de una imagen cada vez más clara de los principios que la sustentan. En esto se refleja la esencia de nuestro sistema: en que la sociedad se construye sobre la premisa de ser la generalizaciónmás perfecta deaquella unidad a partir de la cuál se construye el ser humano.
Nuestro sistema es una sociedad que es humana en su grado máximo, la única forma posible y genuina de sociedad humana, impregnada como está por la imagen del hombre, en beneficio del cual se creó el sistema. En estética, me parece, esto se refleja sobre todo en el hecho de que, en los logros más avanzados de cualquier forma artística, los principios se esa forma artística se acercan al máximo a los primeros principios de todo arte. Algunos hombres tuvieron una genial previsión, capaz de adelantarse a su época y hacer frente a las estructuras sociales destinadas a la postre a dar origen a un sistema como el nuestro, pero su genial perspicacia queaba fatalmente distorsionada y emborronada por reflejarse en la conciencia típica de un sistema respecto al que eran deliberadamente antagonistas, pero cuyas menten no podían sino reflejar.
Ése era el caso, en mi opinión de Scriabin* en el arte de la música. Lo que estamos describiendo en este estudio como una secuencia en el arte de la forma cinematográfica -a saber, la progresión encuadre/plano/montaje/cine sonoro- se hace eco exacto de la concepción que tenía Scriabin de la música. Pero mientras en su caso se trataba de una intuición aislada que se encarnaba enla manera y estilo individuales de un artista genial, en nuestro caso, creo, no se trata deun estilo o tendencia aislados; es el resultado de un entendimiento quepuede alcanzarse colectivamente a partir de los principios de todo un ramo de nuestra cultura, o más bien de toda una tendencia dentro de una forma artística: el cine. Esta precisión es necesaria, no vaya a ser que de nuevo me acribillen a pedradas por ignorar otras tendencias que están inextricablemente unidas a ella y de las que está tejida la completa urdimbre de una obra de arte cinematográfica. Y es que en cada parte constituyente de una producción cinematográfica vemos reflejado en el conjunto el principio de su más pequeño elemento (de la forma cualitativa apropiada), igual que en la obra completa vemos que el cine en su conjunto es -no sólo visualmente, sino en su composición total,o sea, en su forma- un reflejo de la misma cosa, del hombre.
(...)
Cuando decimos que en las estructuras fundamentales de la estética cinematográfica está contenida la naturaleza única del fenómeno cinematográfico -la creación de movimiento a partir de la colisión de dos formas inmóviles- no tratamos del movimiento natural, físico, sino algo que tiene que ver con el funcionamiento de nuestra percepción. No es sólo es éste el fenómeno primario de la técnica cinematográfica; es sobre todo un fenómeno primario de la capacidad de la mente humana de crear imágenes.
Y es que, en sentido estricto, lo que se produce en este caso no es movimiento; más bien, nustra conciencia despliega su capacidad de juntar dos fenómenos separados en una imagen generalizada: fusionar dos fases inmóviles en una imagen en movimiento.
Cualquier otra interpretación del fenómeno básico del cine (y de las correspondientes conclusiones que de ahí surjan) no sólo sería falsa respecto a los hechos, sino que además sería puramente impresionista.
(...)

SERGEI EINSENSTEIN


--
* Alexander S. Scriabin (transcrito también Skryabin) (1871-1915), pianista y compositor ruso, cuyo "Poema de fuego" (conocido también como "Prometeo"), escrito en 1913, contiene en la partitura una línea para un teclado de luces que controle el juego de colores en una pantalla que debe acompañar a la música. Einsenstein mencionó también a Scriabin en "La cuarta dimensión del cine", en 1929; véase en inglés Writings, 1922-1934, cit., págs. 183,186,187.