22.9.07

Edificio Kavanagh



Dicen que fue hecho para destruir un amor. Como Montescos y Capuletos -pero más prácticos-. La familia Anchorena y la familia Kavanagh permanecían enemistadas. Cuentan que hubo un muchacho que olvidándose de la sentencia se enamoró y pretendió a una Kavanagh. Es una obviedad decir que el romance nunca se concretó. Pero allí no termina la historia. Mejor dicho, ahí comienza una historia, la del Kavanagh.


En la década del 20, los Anchorena, que vivían en el que hoy es el palacio San Martín, habían mandado a construir la Basílica del Santísimo Sacramento (en la calle San Martín al 1000) para qeu sirviera, en el futuro de sepulcro familiar. Diez años después ocurrió lo que nunca debió pasar: un joven Anchorena y una joven Kavanagh se enamoraron. Las identidades permanecen ocultas, la historia fue guardada con recelo por las familias que no podían permitir la trascedencia social de semejante incidente. Sin embargo en la ciudad quedaron huellas, y estas hablaron.


Los jóvenes no hallaban manera de verse a escondidas, porque en aquellos tiempos las mujeres andaban acompañadas a todas horas. Sólo se encontraban en las grandes fiestas. Fue allí donde Corina Kavanagh descubrió el romance. Esta joven mujer (de la que se desconoce el parentesco con la involucrada) llevaba años amando en silencio al mismo hombre Anchorena. Nunca lo había mannifestado, consciente de la imposibilidad; pero ahí, frente a sus ojos, su amor se animaba al desafío más absoluto, con otra. Peor aún fue el día en que el joven enfrentó a sus padres para decirles que iba a pedir la maño de su amada. La familia lo rechazó, lo prohibió, lo sentenció y lo borró oara siempre, como si jamás se hubiera hablado de aquel asunto.


La indignación, el despecho, la envidia tal vez, la impotencia, se le metieron en el cuerpo a Corina. Fue así que planeó una venganza contra el muchacho, que no la había amado y que, además, ignoraba los sentimientos de ella. Tras ese afán, en 1934, mandó a levantar el rascacielos con la única intención de impedirles a los Anchorena la visión de su capilla desde su palacio. Para la empresa tuvo que vender sus estancias. Peo valió la pena: el edificio, aún hoy, cumple con el objetivo.


El Kavanagh está en el barrio de Retiro (Florida 1065), frente a la Plaza San Martín, en la ciudad de Buenos Aires. Se trata de una torre escalonada de hormigón armado de 120 metros de altura, 33 pisos y 105 viviendas, con subsuelos y azoteas, cinco escaleras, doce ascensores, síntoma de la época signada por la industrialización, la inmigración, el fascismo y las vanguardias. Fue construido en tiempo récord, ya que en 1936, catorce meses después de comenzada la obra, tuvo a lugar la inaguración.


Corina no estableció un presupuesto máximo, y se aplicaron los materiales más nobles traídos de todas partes del mundo: los pisos y las puertas se fbricaron con roble de Eslavonia y caoba, los herrajes con aleaciones de metal blanco, avitabdo así exponer a la vista clavos y tornillos de fijación. La obra fue encomendada a Gregorio Sánchez, Gregorio Lagos y Luis María de la Torre, precursores de la arquitectura moderna en la Argentina. Los arquitectos aducen que la propuesta era hacer un edificio "de renta segura": departamentos para alquilar a las familias ricas vinculadas a los negocios agrarios. Nació como el edificio más alto de Latinoamérica y, aunque tuvo la influencia de los rascacielos de Chicago de los años 20, respondió a lo preceptos del Modernismo que la escuela de arquitectura de Buenos Aires mixturó con sus propios toques. Es por eso que muestra un estilo racionalista, de geometrías puras y ausencia de adornos. Exponían sus constructores en un artículo del diario La Nación, el 5 de febrero de 1934: "Muchos son los que han condenado esta nueva tendencia arquitectónica -el 'estilo moderbo', para no decirlo con presición- por su voluntario olvido de las molduras, que parecían ser eternas, y por su desafío a las curvas cclásicas".


El edificio crea una calle posterior que lo separa del Hotel Plaza, y se yergue en escalonamientos sucesivos que corresponden a las máximas alturas permitidas por las reglamentaciones.

Pensado en relación a su funcionalidad, fue provisto de la más alta técnología disponible: sistema de aire acondicionado central, cámaras frigoríficas para alfombras, piscina, gimnasio, y un observatorio astronómico que nunca llegó a habilitarse. Los ascensores fueron ubicados de tal manera que permitieran el acceso individual a los departamentos. El escalonado del edificio dio origen a terrazas y miradores, con lo cual el treinta por ciento de los departamentos tiene jardines propios. En la planta baja se encuentran locales, consultorios, patios, dos accesos y estacionamiento. Los departamentos tienen vestíbulo, office, living, comedor y uno, dos , tres o cuatro dormitorios, con dependencias de servicio.

La edificación obvtuvo numerosas distinciones, como el Premio Municipal de Fachadas y de Casa Colectiva y el Premio de la American Society of Engineening de 1994. En 1999 fue declarado "Monumento Histórico Nacional". En 2004, cuando la fachada fue restaurada, se pudo advertir en el edificio un encanto extra, un degradé que asciende y se va aclarando con la altura: el granito gris oscuro en su base culmina casi blanco en la torre. Este efecto permanecía oculto por el smog y el deterioro producido por el paso del tiempo. La restauración fue coordinada por Marcelo Macadán y dirigida por Bettina Kropf y Nadina Resuman, quienes ya habían intervenido en obras como la del Abasto y el Centro Naval.

Actualmente, el Kavanagh muestra de nuevo sus líneas definidas. Los equipos de aire acondicionado que manchaban las paredes de óxido fueron retirados y reemplazados por splits, alineados al centro de los cerramientos. En el edificio habitan algunas personas de la alta sociedad argentina, personajes conocidos, como, por ejemplo, José Alfredo Martínez de Hoz. Los palieres muestran un lujo anacrónico, atiborrado de estatuas y estatuillas, retratos, pinturas, placas recordatorias.


El Kavanagh forma parte de la mística urbana. se tejen a su alrededor muchas historias, algunas cotidianas e intrascendentes, otras legendarias, como la que cuenta que en el edificio hay fantasmas y que habitan en los sótanos.
En 2004, al tiempo que se restuaraba, la escritora Esther Cross publicó una novela titulada Kavanagh, donde relata las vidas entrecuzadas de vecinos y espectadores, de narradores y observadores que bien pudieron existir, o no, pero que siempre, y sin duda, dan la pauta de lo que despierta el monumento.
Vista desde el piso catorce, la Plaza San Martín pierde el gris rutinario para ganar glamour: las personas se perciben como pequeñas pinceladas que trancurren y mutan mágicamente, como en un cuadro de Dalí, confundiéndose con los árboles y los autos... Corina Kavanagh había reservado para ella este piso. Es el único que ocupa la planta entera; tiene 700 metros cuadrados, una terraza amplia en el frente y dos jardines laterales. En 1948 lo alquiló a la familia del banquero Henry Roberts, quien aún lo ocupa.
El edificio permanece een la ciudad que cambia y que lo incluye como un privilegio. Dice el presidente de la junta de Estudios Históricos del Buen Ayre, Eduardo Lazzari: "Incluso, si alguien quiere mirar de frente la actual basílica del Santísimo Sacramento, debe pararse en el pasaje 'Corina Kavanagh'".


de Quîd (la revista de Yenny y El Ateneo)
n° 11 Agosto y Septiembre de 2007

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